Bueno, en esta ocasión tengo el agrado de presentar un nuevo aporte para todos nuestros amigos lectores, se trata de la novela Seven Deadly Sins: Los mostruos de Gea, que llega gracias a nuestra amiga Sachimun, esperamos disfruten de su lectura, que viene por partida doble, prólogo y primer capítulo...
Seven Deadly Sins
Prólogo
Debajo de un viejo roble, yace un
trovador sosteniendo un grueso libro. Mirando el contenido sonríe mientras su
compañera sostiene una gran caja de madera negra.
El nombre del trovador o de su
compañera es un misterio. Es más la mera existencia de los dos es un misticismo
que personas normales jamás comprenderían. El hecho de estar vivos, incluso
para ellos, era en sí un milagro. Si es que se puede llamar así teniendo en
cuenta que eran inmortales.
El trovador, quien tenía puesto un elegante
traje de cálido color, haciendo nombre
de su profesión. Su holgada camisa blanca, su pantalón café y sus zapatos de
hilos negros era un de las pocas pertenencias que tenía, junto a su guitarra y,
su inseparable libro. En cambio, su compañera tenía como vestimenta un hermoso
kimono blanco con adornos de una flor roja como la sangre, aquella que en su
pueblo era llamada la flor del infierno. Sus profundos ojos negros parecían
atravesar a cualquiera, casi como si estuviese indagando en lo más oscuro de
los pensamientos del otro.
Cualquiera que los viera se
sorprendería más de una vez, pues el contraste de los dos era increíble. A
pesar de sus finas vestimentas, nadie pudo distinguir la belleza de que los
ocultaban. El trovador a través de su largo cabello y su sombrero más grande
que su cabeza. En la joven, a pesar que su negro cabello arreglado de la típica
manera de su origen, una máscara blanca cubría su rostro.
Mientras las horas pasaban en el
bosque, los dos inmortales esperaban tranquilos a que el momento de emprender
su viaje llegara.
El trovador miró a su compañera por
el rabillo de su ojo, ella como siempre inmutable estaba parada sosteniendo la
enorme caja. Contenedor de su más preciado tesoro. Movió levemente su pie
izquierdo y luego el derecho para evitar que se entumieran. Para él, la
presencia de su compañera era agradable, pues viajar por el mundo mientras
canta épicas batallas y tristes historias de amor, era un poco cansador.
Mientras pensaba en eso, miró un instante la caja negra y luego su guitarra.
Los dos tenían tesoros que apreciar, los cuales albergaban la prueba de que
alguna vez fueron mortales.
— ¿No te cansas de sostener esa caja,
Yumei?
La joven, quien hacía caso omiso de
la presencia del trovador, se mantuvo de pie sin hacer ningún movimiento.
Estaba acostumbrada a las preguntas frecuentes que le hacía cada vez que él se
encontraba aburrido.
— ¡Vamos, no seas tan silenciosa! De
vez en cuando deberías de hablar, para evitar que se seque tu garganta — El
trovador al ver que ella no hablaría, la presionó aún más—. Sería una lástima
que cuando estemos ante su presencia,
tu voz no saliera por haber estado tanto tiempo sin hablar, ¿No lo crees así?
Ésta al escuchar aquello se tensó.
No quiso admitirlo, pero aquel hombre al lado suyo tenía razón. Cuántos años
llevaba sin hablar, exceptuando los monosílabos que a veces dejaba escapar de
su boca como un hilo de voz inaudible, si seguía de esa forma se olvidaría de
hasta hablar.
— Eres un hombre….muy frustrante.
— ¡OH, al fin hablas! Y, yo pensaba
que te habías olvidado del idioma mortal.
— No es eso…solo que no veo….razón
alguna para…hablar.
— Ya, para mí tampoco es divertido
estar todo el día entonando versos dramáticos para entretener a los humanos,
pero no hay de otra. Después de todo nuestro trabajo es observar el transcurrir
del tiempo en este mundo.
A Yumei le costaba formar las
oraciones. Debía pensar en las palabras y recordarlas para poder hablar. En lo
único que envidiaba al trovador era en su habilidad para embelesar las palabras
y cautivar a una audiencia sin esfuerzo alguno. En su lugar, ella solo podía
escuchar todo pensamiento que las personas estuvieran teniendo en el momento en
que estaba a su alrededor.
Para ellos ser seres inhumanos era
algo común como el respirar o el de caminar. Ella quien más carecía de
sentimientos, el simpatizar con los humanos era tedioso, por lo que siempre
sería indiferente ante ellos.
— Es tiempo de seguir nuestro camino.
¿Crees que nos encontremos con alguno de los nuestros, Yumei?
— No lo sé….tal vez sí…tal vez no.
La joven oriental comenzó a caminar
seguido del trovador adentrándose al bosque. Más allá del frondoso y oscuro
lugar, se encontraba una de las más grandes ciudades de Europa.
— Solo espero…que hables
menos….Maponus.
— Trataré, pero no prometo nada.
Con una sutil sonrisa, los dos
dieron ligeros pasos dirigiéndose a su próximo destino.
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